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Desde el exilio le pongo color a la vida

Claudia Ascensión Bolaños Alderete, más conocida como la “Negra”, es la hija mayor de Nelly y Ramón, nacida el 18 de diciembre de 1963 en Cali y fue militante del antiguo Ejército Popular de Liberación (E.P.L.), organización armada que realizó negociaciones de paz con el Gobierno Nacional en marzo de 1991.

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Era reconocida en el barrio Libertadores (Comuna 3 de Cali) como una mujer lideresa, capaz de poner el mundo de cabeza cuando de injusticias sociales se trataba. Este ímpetu, no lo recogía del suelo:  su familia y su pareja hicieron parte de colectivos de Cali reivindicativos de los derechos de los pobres y marginados que habitaban, durante los años 90, en Siloé o el distrito de Agua Blanca (Cali). “Puritos”, víctimas de la violencia que venían a refugiarse en la ciudad “Pachanguera”.

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En enero de 1999, luego de las festividades y el jolgorio del año nuevo, tuvo que salir de Cali junto con su familia apoyados por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) debido a amenazas.

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Eran momentos convulsionados en el país: alta tasa de homicidios, narcotráfico, arremetidas de las FARC, ofensivas paramilitares, desplazamientos forzado, etc. Fue la época en que la espiral de violencia fue tomando fuerza de tornado. Sólo pudieron vivir ocho meses en Bogotá y en septiembre, se marcharon en busca de asilo en Austria: dos adultos, dos niños de 8 y 5 años y dos maletas donde no alcanzaron a doblar todos sus recuerdos ni media vida construida en Cali.

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Claudia recuerda la odisea en Austria y la historia de vida de otras personas migrantes:

“En Bogotá nos recomendaron ir a la embajada y preguntar cómo acceder al asilo. Fuimos recibidos por la secretaria del Embajador, y sus palabras fueron el primer aterrizaje a la realidad: ¡no existía acuerdo! Había que recurrir al apoyo de otras personas exiliadas. De momento, había que abandonar el hotel y buscar una pensión. De hecho, ya estábamos cortos de dinero. “

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Al llegar a la embajada conocieron a Eva, quien hablaba el idioma español y les guio en los procesos en Amnistía Internacional para llegar a Traiskirchen, un campo de concentración de refugiados. Las condiciones de otras personas en similar hacían que Claudia se sintiera conectada con la historia de Europa bajo la ocupación nazi: “Aunque no fuimos deportados por no poseer nuestros documentos en orden, comprendimos que se acoge más al turista que al migrante. Perviven en gran parte de la población sentimientos xenofóbicos y racistas frente al extranjero.”

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Según Claudia, “Traiskirchen era una mezcla de razas, una cobija hecha con retazos de muchos países, con sueños de emigrantes. El acompañamiento más cálido que tuvimos fue el de la iglesia, personas misioneras y sacerdotes presentes con sus programas.” Luego choques culturales, fueron sacados del lugar por la policía, fue en este momento cuando Caritas, en Viena, les extendió su mano.

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A Claudia se le entrecorta la voz, se levanta y desde la ventana suspira y dice: “hermosos tulipanes de colores, parecen los jardines un arcoíris.” Tras una pausa ella retoma su narrativa, esta vez habla más bajo y pausado como si las palabras le pesaran:

“En abril del año 2000 inició el proceso de declaración ante los jueces del estado. Estuve rodeada de abogados y traductores. Trasegaba por una situación de separación con mi pareja de historia (esposo), un proceso difícil de adelantar en el extranjero. El hecho de no hablar el idioma alemán genera debilidad, no sabes si la traducción expresa en realidad lo que deseas expresar a las autoridades, en especial cuando estaba luchando por la custodia de mi hijo e hija.”

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A partir de la separación, otro capítulo se abría. Claudia tuvo que construir una nueva vida a tres manos con sus hijos y, a pesar de no tener familiares maternos o paternos cerca, lograron convertir cada ciclo en su vida en una historia. “No hemos perdido el valor de la solidaridad y adopté a Valquirio Do Santos, el chico que conocimos recién llegados a este país, y nos alegra inmensamente porque hoy Valquirio tiene un hogar y en mi casa hay otro hijo.”

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A la fecha, Claudia ha vivido en Viena por 16 años, casi dos décadas de trasegar, de aprendizajes y de vivencias; aprendió el idioma alemán y obtuvo la nacionalidad Austriaca. “he trabajado como cocinera durante 14 años para poder sostener y darle un mejor estatus de vida a mis hijos. Me he integrado a esta sociedad de racismo y de nazis.” Sus hijos: Luisa Fernanda, tiene 25 años, Miguel Ángel 23 y Valquirio 21 años.

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Las labores de su trabajo afectaron sus articulaciones, hasta el punto de padecer de Artrosis y someterse a tres cirugías en la mano derecha. Día a día acompaña a sus hijos en sus estudios universitarios, ya que siempre ha buscado que “salgan a vivir sus vidas, porque tengo muy claro que los hijos son de la vida.”

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Sin embargo, añade Claudia, “no ha sido suficiente el tratamiento, toda vez que mi mejoría avanza lentamente. Siendo madre cabeza de mi familia, me he llenado de preocupaciones, miedos y angustias frente al futuro y mis responsabilidades.”

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Ella sigue contando: “Un día de estos de vacaciones forzadas por mi licencia laboral tomé la decisión de que mi condición física no podía impedirme realizar mi vida, que no podía paralizarme cuando estaba acostumbrada a trabajar largas jornadas. Es así como decido ingresar a realizar un curso de pintura. Siempre tuve la disposición de creer que esta actividad me reconfortaría sobre todo en el invierno largo y frío de Viena.”

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Desde entonces, hace parte de un taller de pintura donde asisten mujeres de América Latina. Víctimas que llegaron a Austria huyendo de la violencia: “Culturalmente somos muy parecidas en medio de nuestra diversidad cultural, he ahí nuestra mayor riqueza. Nuestra maestra y guía es una compatriota jubilada de la Universidad Nacional.”

Claudia se reconoce como mujer exiliada y madre cabeza de hogar, como tal siente muchas veces la añoranza del país, las memorias de dificultades que han atravesado como familia, el recuerdo de sus sueños inconclusos y el no poder saborear la paz. Para ella “pintar, es un acto de sanación espiritual, de resiliencia conmigo misma y con mi familia. Fui revolucionaria, sigo siendo revolucionaria, mantengo vivos como ayer los principios por los cuales un día me alcé en armas.”

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Al final esta hermosa mujer grita a los cuatro vientos: “¡Ansío regresar a Colombia, vivirla desde esta nueva óptica de paz, encontrarme con mi familia en Cali, con mis amistades y camaradas de antaño, y escribir otro capítulo de mi vida!

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